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Imagen de Tita y Pedro, protagonistas de "Como agua para chocolate"

Como agua para chocolate

Si hay una película que materializa la unión entre cocina y cine esa es, sin duda, «Como agua para chocolate». Alfonso Arau traslada a la pantalla esta exitosa novela con la ayuda de la autora del libro. Laura Esquivel se encarga también de firmar el guión. Así se dota a esta adaptación de una rigurosidad literaria que no defrauda a ningún fan de la obra.

La historia nos sitúa en Méjico a finales del siglo XIX. Era una época convulsa en la que se estaba gestando la revolución encabezada por Emiliano Zapata. Esta revolución proponía un restablecimiento de la justicia social y el reparto de la tierra, inspirándose en su pasado indígena y reintegrándolo como seña identitaria.

Una década antes de estos decisivos sucesos se nos presenta a los personajes de esta historia. Tita, la protagonista, nace en el rancho familiar como la menor de tres hermanas. Su vida queda marcada por una absurda tradición familiar. Según su madre, ella no puede casarse ni tener hijos. Por ser la menor de sus hijas debe quedarse soltera para cuidarla hasta el día en que fallezca.

Pedro, que la conoce desde pequeña, le declara su amor y acude a la casa familiar con una propuesta de matrimonio. Su madre se niega. Sin embargo, decide aceptar a Rosaura como esposa, la segunda de las hermanas. Su verdadera intención es poder estar cerca de su amada. Esta inesperada decisión de Pedro sume a toda la familia en un auténtico carrusel emocional. La tristeza, el dolor, los celos, la pasión reprimida, el sentido del deber y las convenciones sociales determinarán sus vidas. Aquí reside el principal hilo argumental y conflicto latente de toda la película.

 Los protagonistas de Como agua para chocolate
Tita y Pedro

Parte de la riqueza de la novela,  reflejada también en el celuloide, radica en la recuperación de una cultura culinaria entroncada con las tradiciones, donde lo indígena aparece como referente indiscutible.  Sin duda, no hubo nunca mejor tarjeta de presentación para la gastronomía mejicana que esta bella cinta, repleta de referencias e ingredientes autóctonos. Laura Esquivel escribe un cuento maravilloso en el que consigue trasladar los conflictos emocionales de la protagonista a la cocina y a los platos que en ella se elaboran.

Tita establece una profunda conexión entre sus propias emociones y los alimentos con los que toma contacto. Desde el inicio de la historia esto se hace evidente incluso en su propio nacimiento. Ya en el vientre materno lloraba cuando su madre picaba cebolla. Lo hacía con tal intensidad que el parto se precipitó. Nació lanzada a la vida entre un torrente de lágrimas. Cuando el agua de las lágrimas se secó, Nacha, la cocinera, recogió la sal contenida en ella usándola para cocinar. Desde estos primeros minutos de la película se introducen los elementos de realismo mágico que aparecen en la novela y que están directamente relacionados con la expresión reprimida de los sentimientos de Tita.

Con el paso de los años se convierte en una gran cocinera. Aprende todos los secretos de cocina de la mano de Nacha, que ejerce sobre ella un rol maternal en contraposición con la relación que mantiene con su propia madre. Esta es una mujer castrante que no permite la expresión de los afectos y mucho menos signos de pena o tristeza.

Cada una de las recetas que cocina Tita constituyen un hito en el desarrollo de la historia y de los propios personajes, trasladando parte de su propio sentir a todo aquel que prueba sus platos. Es lo que sucede en la elaboración del pastel para la boda entre Pedro y Rosaura. En esta situación no puede reprimir las lágrimas de tristeza que acaban precipitándose sobre la masa que prepara. Cuando en pleno banquete los comensales prueban la tarta sucede lo que la película describe como una «intoxicación melancólica». La pena de Tita se transfiere a los convidados. Entre llantos y lamentos por los amores perdidos se produce una vomitona colectiva que acaba arruinando la boda.

Otro de los grandes momentos que se recuerdan de la película refleja justamente la situación contraria. La ocasión en la que Tita prepara codornices con pétalos de rosas. Justo un año después de la boda, Pedro le regala un ramo de rosas para celebrar que ya llevaba un año de cocinera en el rancho. En contra del mandato de su madre, en vez de tirarlas, decide elaborar esta inspiradora receta. En un instante en que estrecha junto a su pecho el ramo, se pincha con las espinas  y su propia sangre se mezcla con los pétalos. Así, sin darse cuenta,  su encendido amor por Pedro y toda esa pasión reprimida se acaban depositando en el  plato resultante. Los comensales no quedan inmunes a la explosión de sensualidad y goce que experimentan en cada bocado.

Entre los platos que señalan un punto de inflexión en la historia, encontramos el mole poblano durante la celebración del bautismo de su sobrino.

Uno de lo momentos más alegres del filme lo vemos cuando Tita prepara la rosca o roscón de reyes. Se reencuentra  con su  otra hermana Gertrudis, que había huido y  se había unido al ejército revolucionario. También durante la visita de Gertrudis y su troupe revolucionaria se elaboran unas deliciosas torrijas de nata.

Estos chiles en nogada cierran la sucesión de recetas con las que Tita nos deleita y cuyo secreto es siempre «hacerlas con mucho amor».

La película  se estrenó en el año 1992. Recibió destacadas nominaciones y  premios en festivales internacionales, entre ellos a mejor actriz y mejor película. Fue al mismo tiempo éxito de crítica y público. Supuso todo un revulsivo para el cine mejicano que en ese momento no era capaz de ofrecer propuestas interesantes y que había perdido su presencia a nivel internacional. Su otrora fortaleza creativa y sus claros componentes idiosincráticos habían dejado huella en la historia de la cinematografía mundial. «Como agua para chocolate» volvió a poner el foco en las posibilidades de resurrección de un cine que demostraba, con esta película, que aún tenía mucho que aportar.

Entre sus muchos aciertos, no solo a nivel interpretativo, debemos señalar el plantel técnico del que se rodea Arau. Destacamos especialmente a los directores de fotografía Emmanuel Lubezki y Steven Bernstein, cuyas carreras profesionales son muy reconocidas. Juntos realizan un trabajo excepcional. El tratamiento lumínico en los espacios de interior como la cocina, con profusión de claroscuros, transmite exactamente la intimidad necesaria para adentrarnos en el mundo personal de Tita. La atmósfera visual conseguida, combinada con los primeros planos de cacerolas, morteros y el resto del menaje culinario, nos conmina a sentir el calor y el aroma de los fogones. El espectador se adentra por completo en este espacio sensorial casi tangible, convirtiéndose en cómplice y confidente de los desvelos de la protagonista.

Podríamos seguir hablando más de la película puesto que nos dejamos atrás muchos elementos mágicos y excepcionales de esta historia. Esperamos que lo que os hemos contado sea suficiente para que os animéis a verla y descubráis por vosotros mismos todos los secretos de la cocina de Tita.

Para quienes nos leímos el libro y además vimos la película podemos decir que es un goce en el que se suman cine, literatura y por supuesto cocina. Y para todo ello,  como bien nos enseña la protagonista, habría que añadir que  «el secreto es hacerlo con mucho amor» y «es que el amor no se piensa, se siente o no se siente.»