Mes: marzo 2018

Fotograma con los protagonistas de Big Night: Una gran noche.

Big Night: Una gran noche

No podía faltar. Hasta ahora hemos visto ejemplos en el cine de representación de la gastronomía mejicana, china y griega. Ya estábamos tardando en incluir la restauración italiana. Para ello «Big Night: Una gran noche» (1996) es un visionado ineludible e indispensable

Posiblemente no hay ninguna tradición culinaria más exportada, difundida y reconocida a nivel mundial.  Su popularización ha sido tal que cada país ha adaptado las recetas al gusto local. Veremos cómo se asienta la gastronomía italiana y los retos a los que se enfrenta para conservar su identidad. Es una cocina con una materia prima marcada por su origen mediterráneo. Pierde parte de su esencia al contacto con paladares de otras latitudes. Es interesante ver cómo se estandarizan algunos platos perdiendo elementos propios. Todos identificamos la gastronomía italiana con los platos de pasta y pizza. Esto resulta  una vulgarización y reducción casi ridícula y estereotipada totalmente contraria a su riqueza culinaria.

El fenómeno de la inmigración italiana durante los siglos XIX y XX tuvo como destinos preferentes Estados Unidos, Argentina, Brasil, Canadá, Australia y otros países europeos limítrofes con su frontera norte. Este proceso histórico fue clave en la expansión de su cocina. Estos flujos de población dejaron gran impronta en los países de destinos formándose barrios italianos en múltiples ciudades. Estamos hablando de las conocidas «Little Italy» que vemos tan representadas en la historia del cine. La gastronomía formó parte indiscutible de las señas de identidad de estas comunidades.

«Big Night: Una gran noche» nos cuenta la historia de dos hermanos que durante los años 50 emigran a los Estados Unidos. Primo y Secondo emigran por necesidad ante la falta de oportunidades en su país. Apuestan por destinar todos sus ahorros para abrir un restaurante de cocina italiana. El argumento de la película gira en torno a este restaurante, llamado «Paradise», y a las dificultades para mantenerlo abierto.

Primo y Secondo dueños del restaurante.
Los hermanos Primo y Secondo.

Se nos presentan dos personalidades completamente antagónicas. Primo es un excelente cocinero que emigra, más bien arrastrado por el ímpetu de su hermano, que por decisión propia. Su razón de ser es la cocina. El plato perfecto es aquel heredero de la tradición en el que se mezclan los mejores ingredientes y el punto exacto de preparación. En esto Primo se puede considerar un maestro entre los cocineros. La exquisitez de sus platos es notoria.

Sin embargo, se tiene que enfrentar a una realidad que atenta contra los principios de su cocina. Ya no está en Italia. Si quieren sobrevivir deben también adaptar las recetas a lo que los clientes demandan. Esto es casi un sacrilegio para Primo puesto que «comer bien nos acerca a Dios». No puede actuar con el pragmatismo de su hermano y modificar los cimientos en los que se sustenta su cocina. Los conflictos con Secondo están enraizados en las diferencias a la hora de llevar el restaurante, pero también en aspiraciones vitales completamente distintas. Los roles que cada uno asume en la empresa familiar y la carga que para ellos supone aceptar ese rol, minan su relación fraternal y la ponen en peligro.

Secondo en el restaurante atendiendo a los clientes.
Secondo en la difícil tarea de conciliar las recetas de Primo con las peticiones de los comensales.
Primo cocinando
Primo derrotado ante la falta de gusto culinario de la clientela.

Las ambiciones de Secondo pasan por integrarse en la sociedad de acogida. EE. UU. representa la tierra prometida, el lugar en el que cumplir sus sueños. Prosperar, ascender en la escala social requieren  trabajo duro y sacrificio. Secondo está dispuesto a aceptar los cambios que eso pudiera acarrear. Las discusiones con su hermano por alterar las recetas o adecuar el restaurante a lo que pide la clientela se convierten al final en algo decisorio. Se traducen en un obstáculo para su éxito profesional. Desea acceder a los bienes de consumo que el capitalismo, propio del American Way of Life, le ofrece de manera tentadora. Seguimos a Secondo en su fantasía de comprarse un coche, no uno cualquiera, sino uno que simbolice ese ascenso social. Para ello nada más y nada menos que poder conducir un cadillac, auténtico icono de la cultura estadounidense.

Secondo mirando coches cadillacs
Secondo y el coche de sus sueños.

La historia transcurre en gran parte dentro del restaurante. Pocos platos de pasta veremos en ella, lo cual es de agradecer.  Parece que Hollywood,  con sus películas sobre la mafia, solo fuera capaz de ofrecernos el mismo y repetido cliché culinario. Los mafiosos se reúnen en torno a la mesa de un restaurante italiano y el espectador divisa un gigantesco plato de pasta con salsa de tomate.  Prácticamente a eso se reduce lo que el imaginario colectivo considera como cocina italiana.

Por suerte aquí disfrutaremos de platos de sopas, pescados, carnes, y cómo no, los sabrosos «antipasti». Como gran creación sobresale con una fuerza visual apabullante el timpano. Presentada en el filme como una secreta receta familiar encierra en su interior toda clase de delicias. Es la escena más recordada de la película y es acertado decir que gracias a ella hemos podido conocer este apetitoso manjar. Ya podéis encontrar en internet más información sobre cómo prepararlo. ¡Nosotros no nos atrevemos aún!

El timpano, receta secreta familiar.

Corte del timpano y relleno.

En la película  se reflejan temas vitales como la emigración, las dificultades de integración,  la pérdida de identidad, las relaciones familiares . Primo no renuncia a sus recetas porque realmente no ha abandonado Italia.  Su cocina es Italia. Secondo no quiere regresar bajo ningún concepto. No vuelve la vista atrás ni un sólo instante, ni siquiera para recordar.

Como curiosidad comentaremos que «Big Night: Una gran noche» está dirigida por dos actores lo cual no es nada habitual. Se trata de Stanley Tucci, de ascendencia italiana, y Campbell Scott.  Ambos se conocen desde que empezaron a estudiar interpretación.  Tucci además es autor del guión junto a su primo Joseph Tropiano. Como actor se reserva uno de los papeles protagonistas. Scott participa en ella con un personaje secundario.  Fue un éxito de crítica y estuvo nominada a numerosos premios internacionales. Obtuvo los premios al mejor guión en el Festival de Sundance y en el Independent Spirit Awards, entre otros.

Sin duda es un relato que bebe en las raíces de las propias experiencias de la familia Tucci y sus antepasados. Lo más entrañable es que debido al éxito cosechado, la propia madre del actor, Joan Tropiano Tucci, escribió el libro de recetas «Cucina & Famiglia: Two italian families share their stories, recipes and traditions». Su hijo Stanley también cogió el recetario familiar y publicó «The Tucci cookbook» y «The Tucci Table: Cooking with family and friends». Debe ser toda una experiencia deliciosa ser invitado a comer en casa de los Tucci. 😉

Imagen del señor Chu y sus hijas cenando.

Comer, beber, amar

Estás ahí sentado o sentada en la butaca del cine y empieza la película. Tiene un título sugerente, «Comer, beber, amar» y  al menos promete ser una experiencia exótica. Es cine en versión original subtitulada. Entonces se apagan las luces de la sala y comienza el festín. En sus primeros cinco minutos te has quedado con la boca abierta, salivando y con unas ganas locas de aprender auténtica cocina china. Si alguien tiene la oportunidad de verla proyectada en pantalla grande que no se la pierda. El impacto de las imágenes culinarias es total.

Estamos en el Taiwan de los años 90. Nos colamos en la vida del señor Chu, un cocinero viudo con el que aún viven sus tres hijas. Cada uno de los personajes se encuentra en un momento vital clave. Se adivinan cambios que afectarán a toda la familia. A pesar de que las hijas conviven con su padre, lo cierto es que lo hacen de forma bastante independiente. Están centradas en sus estudios y trabajos, reservando sus expectativas, preocupaciones y miedos para sí mismas. 

En la primera parte de «Comer, beber, amar» se caracterizan los personajes. Se describen las relaciones entre los distintos miembros de la familia y amigos cercanos.  Podemos adivinar los conflictos derivados del choque intergeneracional. Nos encontramos ante el difícil equilibrio entre la tradición, marcada por la figura del padre,  y  la modernidad, reflejada en el estilo de vida de las hijas.

La unión familiar se materializa en la cena de los domingos. Como si de un ritual se tratase, se sientan alrededor de la mesa repleta de comida. Es un festín en toda regla que se repite semana tras semana. Todo lo que allí se sirve responde a una tradición culinaria que liga a las hijas con su padre y a este con las generaciones precedentes. Fuera de la casa familiar esta tradición va perdiendo peso frente a nuevas rutinas y una clara occidentalización. La hija pequeña, Ning, trabaja en un local de comida rápida. Muchas cosas están empezando a cambiar en la sociedad taiwanesa, desde los hábitos de consumo hasta las relaciones laborales y personales. La cocina se convierte en el lenguaje a través del que se expresan los afectos familiares.

Imagen de la hija menor trabajando en un local de comida rápida.

En este momento de reunión semanal se concentra toda la angustia dramática del día a día. Es el instante en el que cada personaje asume y confronta su realidad ante la imposibilidad de seguir ocultando lo que le pasa. Y tenemos que pasa de todo: una inversión inmobiliaria que sale mal, una muerte inesperada, embarazos fortuitos, bodas «imposibles» por inimaginables…

Se introducen momentos humorísticos y tiernos que el director utiliza para rebajar la tensión de la historia.  Nos alivia ese punto trágico que no es ajeno a ninguno de nosotros, a ninguna de nuestras vidas. Este humor sirve de contrapeso al  carácter chino, más bien reservado, con dificultad para expresar los sentimientos. Esta  contención de las emociones tiene su punto álgido en la mesa. Atropelladamente salen a la luz las decisiones más importantes, los secretos mejor guardados.

Estos episodios de comicidad de los que hablamos se reflejan con un punto de ternura que identifica totalmente la película y también, por qué no decirlo, el amor con el que el director trata a sus personajes. Tenemos situaciones únicas como cuando el señor Chu hace la colada y se enfrenta a la embarullada ropa interior de sus hijas. Luego tendrá la difícil tarea de averiguar a quién corresponde cada prenda. Una simple acción cotidiana se convierte en posterior motivo de equívoco.

El Sr. Chu recogiendo ropa de la lavadora

Dada la importancia de la comida en «Comer, beber, amar», todo un equipo de profesionales se dedicó a cocinar durante horas para tener los platos listos en el rodaje. Posiblemente estamos ante la mejor representación de gastronomía tradicional china que hayamos visto en el cine. Se reflejan variadas técnicas en las que vemos woks, vaporeras de bambú, ollas de todos los tipos y tamaños, preparaciones de verduras, sopas, pescados y carnes. La presentación en la mesa de todos estos platos con vajillas y elementos propios de la cultura china es puro arte. Nos deja casi tan maravillados como la colección de cuchillos que manejan en la casa familiar.

Colección de cuchillos en la cocina del señor Chu

Uno de los grandes valores de la película reside en el trabajo de su director Ang Lee. La dirección de los actores, especialmente de las actrices, resulta todo un reto. Deben  transmitir los conflictos internos de cada uno de los personajes. Saber hacerlo sin caer en el exceso, la caricatura, los tópicos o la simplificación es todo un alarde de inteligencia y sensibilidad. Una de las mayores virtudes de Ang Lee como director es utilizar el lenguaje cinematográfico para tal fin. Además lo lleva a cabo de manera que llega al espectador, cualquiera que sea su procedencia. Salta las barreras culturales y no importa si el público es chino, mejicano o senegalés. Al final te emocionas igual.

A lo largo del metraje somos testigos del anhelo de los protagonistas por compartir, comunicarse y sus tremendas dificultades para conseguirlo. Observamos el respeto y la preocupación por el padre a pesar de las diferencias generacionales y la disparidad de caracteres.

El choque temperamental es más evidente con Chien, la hija mediana. Paradójicamente es la que, por su forma de ser, se parece más al viejo cocinero. De hecho es la única que podría haber seguido sus pasos profesionales. Hay muchos silencios entre padre e hija, como nos ocurre también a nosotros. Momentos en los que te gustaría decir cuánto quieres, admiras o te preocupas por tu familia, un padre, una madre, abuelo o abuela. Y resulta que no puedes. Resulta que como a Chien se te hace un nudo en la garganta, algo que impide que salgan las palabras. Acaban ahogadas dentro de tu cabeza, con la esperanza de que en otro momento seas capaz de pronunciarlas.

La relación entre Chien y su padre resulta representativa de la dinámica familiar respecto a lo poco que se dice y lo mucho que se calla. Condensa todo ese freno emocional reflejado en  el filme. Por ello el director elige estos personajes para cerrar la historia. Nos regala uno de los finales que nos parecen más tiernos, sutiles y bellos de la historia del cine.

Como no podía ser de otra manera «Comer, beber, amar» estuvo nominada a numerosos premios, tanto en los Óscar, Bafta, Globos de Oro, la National Board of Review  y también en los Independent Spirit Awards. La mayoría de las nominaciones son en la categoría de mejor película. Para que la podáis disfrutar aquí  la tenéis en versión original subtitulada. ¡Buen provecho!