Categoría: Cine

Fotograma con los protagonistas de Big Night: Una gran noche.

Big Night: Una gran noche

No podía faltar. Hasta ahora hemos visto ejemplos en el cine de representación de la gastronomía mejicana, china y griega. Ya estábamos tardando en incluir la restauración italiana. Para ello «Big Night: Una gran noche» (1996) es un visionado ineludible e indispensable

Posiblemente no hay ninguna tradición culinaria más exportada, difundida y reconocida a nivel mundial.  Su popularización ha sido tal que cada país ha adaptado las recetas al gusto local. Veremos cómo se asienta la gastronomía italiana y los retos a los que se enfrenta para conservar su identidad. Es una cocina con una materia prima marcada por su origen mediterráneo. Pierde parte de su esencia al contacto con paladares de otras latitudes. Es interesante ver cómo se estandarizan algunos platos perdiendo elementos propios. Todos identificamos la gastronomía italiana con los platos de pasta y pizza. Esto resulta  una vulgarización y reducción casi ridícula y estereotipada totalmente contraria a su riqueza culinaria.

El fenómeno de la inmigración italiana durante los siglos XIX y XX tuvo como destinos preferentes Estados Unidos, Argentina, Brasil, Canadá, Australia y otros países europeos limítrofes con su frontera norte. Este proceso histórico fue clave en la expansión de su cocina. Estos flujos de población dejaron gran impronta en los países de destinos formándose barrios italianos en múltiples ciudades. Estamos hablando de las conocidas «Little Italy» que vemos tan representadas en la historia del cine. La gastronomía formó parte indiscutible de las señas de identidad de estas comunidades.

«Big Night: Una gran noche» nos cuenta la historia de dos hermanos que durante los años 50 emigran a los Estados Unidos. Primo y Secondo emigran por necesidad ante la falta de oportunidades en su país. Apuestan por destinar todos sus ahorros para abrir un restaurante de cocina italiana. El argumento de la película gira en torno a este restaurante, llamado «Paradise», y a las dificultades para mantenerlo abierto.

Primo y Secondo dueños del restaurante.
Los hermanos Primo y Secondo.

Se nos presentan dos personalidades completamente antagónicas. Primo es un excelente cocinero que emigra, más bien arrastrado por el ímpetu de su hermano, que por decisión propia. Su razón de ser es la cocina. El plato perfecto es aquel heredero de la tradición en el que se mezclan los mejores ingredientes y el punto exacto de preparación. En esto Primo se puede considerar un maestro entre los cocineros. La exquisitez de sus platos es notoria.

Sin embargo, se tiene que enfrentar a una realidad que atenta contra los principios de su cocina. Ya no está en Italia. Si quieren sobrevivir deben también adaptar las recetas a lo que los clientes demandan. Esto es casi un sacrilegio para Primo puesto que «comer bien nos acerca a Dios». No puede actuar con el pragmatismo de su hermano y modificar los cimientos en los que se sustenta su cocina. Los conflictos con Secondo están enraizados en las diferencias a la hora de llevar el restaurante, pero también en aspiraciones vitales completamente distintas. Los roles que cada uno asume en la empresa familiar y la carga que para ellos supone aceptar ese rol, minan su relación fraternal y la ponen en peligro.

Secondo en el restaurante atendiendo a los clientes.
Secondo en la difícil tarea de conciliar las recetas de Primo con las peticiones de los comensales.
Primo cocinando
Primo derrotado ante la falta de gusto culinario de la clientela.

Las ambiciones de Secondo pasan por integrarse en la sociedad de acogida. EE. UU. representa la tierra prometida, el lugar en el que cumplir sus sueños. Prosperar, ascender en la escala social requieren  trabajo duro y sacrificio. Secondo está dispuesto a aceptar los cambios que eso pudiera acarrear. Las discusiones con su hermano por alterar las recetas o adecuar el restaurante a lo que pide la clientela se convierten al final en algo decisorio. Se traducen en un obstáculo para su éxito profesional. Desea acceder a los bienes de consumo que el capitalismo, propio del American Way of Life, le ofrece de manera tentadora. Seguimos a Secondo en su fantasía de comprarse un coche, no uno cualquiera, sino uno que simbolice ese ascenso social. Para ello nada más y nada menos que poder conducir un cadillac, auténtico icono de la cultura estadounidense.

Secondo mirando coches cadillacs
Secondo y el coche de sus sueños.

La historia transcurre en gran parte dentro del restaurante. Pocos platos de pasta veremos en ella, lo cual es de agradecer.  Parece que Hollywood,  con sus películas sobre la mafia, solo fuera capaz de ofrecernos el mismo y repetido cliché culinario. Los mafiosos se reúnen en torno a la mesa de un restaurante italiano y el espectador divisa un gigantesco plato de pasta con salsa de tomate.  Prácticamente a eso se reduce lo que el imaginario colectivo considera como cocina italiana.

Por suerte aquí disfrutaremos de platos de sopas, pescados, carnes, y cómo no, los sabrosos «antipasti». Como gran creación sobresale con una fuerza visual apabullante el timpano. Presentada en el filme como una secreta receta familiar encierra en su interior toda clase de delicias. Es la escena más recordada de la película y es acertado decir que gracias a ella hemos podido conocer este apetitoso manjar. Ya podéis encontrar en internet más información sobre cómo prepararlo. ¡Nosotros no nos atrevemos aún!

El timpano, receta secreta familiar.

Corte del timpano y relleno.

En la película  se reflejan temas vitales como la emigración, las dificultades de integración,  la pérdida de identidad, las relaciones familiares . Primo no renuncia a sus recetas porque realmente no ha abandonado Italia.  Su cocina es Italia. Secondo no quiere regresar bajo ningún concepto. No vuelve la vista atrás ni un sólo instante, ni siquiera para recordar.

Como curiosidad comentaremos que «Big Night: Una gran noche» está dirigida por dos actores lo cual no es nada habitual. Se trata de Stanley Tucci, de ascendencia italiana, y Campbell Scott.  Ambos se conocen desde que empezaron a estudiar interpretación.  Tucci además es autor del guión junto a su primo Joseph Tropiano. Como actor se reserva uno de los papeles protagonistas. Scott participa en ella con un personaje secundario.  Fue un éxito de crítica y estuvo nominada a numerosos premios internacionales. Obtuvo los premios al mejor guión en el Festival de Sundance y en el Independent Spirit Awards, entre otros.

Sin duda es un relato que bebe en las raíces de las propias experiencias de la familia Tucci y sus antepasados. Lo más entrañable es que debido al éxito cosechado, la propia madre del actor, Joan Tropiano Tucci, escribió el libro de recetas «Cucina & Famiglia: Two italian families share their stories, recipes and traditions». Su hijo Stanley también cogió el recetario familiar y publicó «The Tucci cookbook» y «The Tucci Table: Cooking with family and friends». Debe ser toda una experiencia deliciosa ser invitado a comer en casa de los Tucci. 😉

Imagen del señor Chu y sus hijas cenando.

Comer, beber, amar

Estás ahí sentado o sentada en la butaca del cine y empieza la película. Tiene un título sugerente, «Comer, beber, amar» y  al menos promete ser una experiencia exótica. Es cine en versión original subtitulada. Entonces se apagan las luces de la sala y comienza el festín. En sus primeros cinco minutos te has quedado con la boca abierta, salivando y con unas ganas locas de aprender auténtica cocina china. Si alguien tiene la oportunidad de verla proyectada en pantalla grande que no se la pierda. El impacto de las imágenes culinarias es total.

Estamos en el Taiwan de los años 90. Nos colamos en la vida del señor Chu, un cocinero viudo con el que aún viven sus tres hijas. Cada uno de los personajes se encuentra en un momento vital clave. Se adivinan cambios que afectarán a toda la familia. A pesar de que las hijas conviven con su padre, lo cierto es que lo hacen de forma bastante independiente. Están centradas en sus estudios y trabajos, reservando sus expectativas, preocupaciones y miedos para sí mismas. 

En la primera parte de «Comer, beber, amar» se caracterizan los personajes. Se describen las relaciones entre los distintos miembros de la familia y amigos cercanos.  Podemos adivinar los conflictos derivados del choque intergeneracional. Nos encontramos ante el difícil equilibrio entre la tradición, marcada por la figura del padre,  y  la modernidad, reflejada en el estilo de vida de las hijas.

La unión familiar se materializa en la cena de los domingos. Como si de un ritual se tratase, se sientan alrededor de la mesa repleta de comida. Es un festín en toda regla que se repite semana tras semana. Todo lo que allí se sirve responde a una tradición culinaria que liga a las hijas con su padre y a este con las generaciones precedentes. Fuera de la casa familiar esta tradición va perdiendo peso frente a nuevas rutinas y una clara occidentalización. La hija pequeña, Ning, trabaja en un local de comida rápida. Muchas cosas están empezando a cambiar en la sociedad taiwanesa, desde los hábitos de consumo hasta las relaciones laborales y personales. La cocina se convierte en el lenguaje a través del que se expresan los afectos familiares.

Imagen de la hija menor trabajando en un local de comida rápida.

En este momento de reunión semanal se concentra toda la angustia dramática del día a día. Es el instante en el que cada personaje asume y confronta su realidad ante la imposibilidad de seguir ocultando lo que le pasa. Y tenemos que pasa de todo: una inversión inmobiliaria que sale mal, una muerte inesperada, embarazos fortuitos, bodas «imposibles» por inimaginables…

Se introducen momentos humorísticos y tiernos que el director utiliza para rebajar la tensión de la historia.  Nos alivia ese punto trágico que no es ajeno a ninguno de nosotros, a ninguna de nuestras vidas. Este humor sirve de contrapeso al  carácter chino, más bien reservado, con dificultad para expresar los sentimientos. Esta  contención de las emociones tiene su punto álgido en la mesa. Atropelladamente salen a la luz las decisiones más importantes, los secretos mejor guardados.

Estos episodios de comicidad de los que hablamos se reflejan con un punto de ternura que identifica totalmente la película y también, por qué no decirlo, el amor con el que el director trata a sus personajes. Tenemos situaciones únicas como cuando el señor Chu hace la colada y se enfrenta a la embarullada ropa interior de sus hijas. Luego tendrá la difícil tarea de averiguar a quién corresponde cada prenda. Una simple acción cotidiana se convierte en posterior motivo de equívoco.

El Sr. Chu recogiendo ropa de la lavadora

Dada la importancia de la comida en «Comer, beber, amar», todo un equipo de profesionales se dedicó a cocinar durante horas para tener los platos listos en el rodaje. Posiblemente estamos ante la mejor representación de gastronomía tradicional china que hayamos visto en el cine. Se reflejan variadas técnicas en las que vemos woks, vaporeras de bambú, ollas de todos los tipos y tamaños, preparaciones de verduras, sopas, pescados y carnes. La presentación en la mesa de todos estos platos con vajillas y elementos propios de la cultura china es puro arte. Nos deja casi tan maravillados como la colección de cuchillos que manejan en la casa familiar.

Colección de cuchillos en la cocina del señor Chu

Uno de los grandes valores de la película reside en el trabajo de su director Ang Lee. La dirección de los actores, especialmente de las actrices, resulta todo un reto. Deben  transmitir los conflictos internos de cada uno de los personajes. Saber hacerlo sin caer en el exceso, la caricatura, los tópicos o la simplificación es todo un alarde de inteligencia y sensibilidad. Una de las mayores virtudes de Ang Lee como director es utilizar el lenguaje cinematográfico para tal fin. Además lo lleva a cabo de manera que llega al espectador, cualquiera que sea su procedencia. Salta las barreras culturales y no importa si el público es chino, mejicano o senegalés. Al final te emocionas igual.

A lo largo del metraje somos testigos del anhelo de los protagonistas por compartir, comunicarse y sus tremendas dificultades para conseguirlo. Observamos el respeto y la preocupación por el padre a pesar de las diferencias generacionales y la disparidad de caracteres.

El choque temperamental es más evidente con Chien, la hija mediana. Paradójicamente es la que, por su forma de ser, se parece más al viejo cocinero. De hecho es la única que podría haber seguido sus pasos profesionales. Hay muchos silencios entre padre e hija, como nos ocurre también a nosotros. Momentos en los que te gustaría decir cuánto quieres, admiras o te preocupas por tu familia, un padre, una madre, abuelo o abuela. Y resulta que no puedes. Resulta que como a Chien se te hace un nudo en la garganta, algo que impide que salgan las palabras. Acaban ahogadas dentro de tu cabeza, con la esperanza de que en otro momento seas capaz de pronunciarlas.

La relación entre Chien y su padre resulta representativa de la dinámica familiar respecto a lo poco que se dice y lo mucho que se calla. Condensa todo ese freno emocional reflejado en  el filme. Por ello el director elige estos personajes para cerrar la historia. Nos regala uno de los finales que nos parecen más tiernos, sutiles y bellos de la historia del cine.

Como no podía ser de otra manera «Comer, beber, amar» estuvo nominada a numerosos premios, tanto en los Óscar, Bafta, Globos de Oro, la National Board of Review  y también en los Independent Spirit Awards. La mayoría de las nominaciones son en la categoría de mejor película. Para que la podáis disfrutar aquí  la tenéis en versión original subtitulada. ¡Buen provecho!

 

 

Imagen de Tita y Pedro, protagonistas de "Como agua para chocolate"

Como agua para chocolate

Si hay una película que materializa la unión entre cocina y cine esa es, sin duda, «Como agua para chocolate». Alfonso Arau traslada a la pantalla esta exitosa novela con la ayuda de la autora del libro. Laura Esquivel se encarga también de firmar el guión. Así se dota a esta adaptación de una rigurosidad literaria que no defrauda a ningún fan de la obra.

La historia nos sitúa en Méjico a finales del siglo XIX. Era una época convulsa en la que se estaba gestando la revolución encabezada por Emiliano Zapata. Esta revolución proponía un restablecimiento de la justicia social y el reparto de la tierra, inspirándose en su pasado indígena y reintegrándolo como seña identitaria.

Una década antes de estos decisivos sucesos se nos presenta a los personajes de esta historia. Tita, la protagonista, nace en el rancho familiar como la menor de tres hermanas. Su vida queda marcada por una absurda tradición familiar. Según su madre, ella no puede casarse ni tener hijos. Por ser la menor de sus hijas debe quedarse soltera para cuidarla hasta el día en que fallezca.

Pedro, que la conoce desde pequeña, le declara su amor y acude a la casa familiar con una propuesta de matrimonio. Su madre se niega. Sin embargo, decide aceptar a Rosaura como esposa, la segunda de las hermanas. Su verdadera intención es poder estar cerca de su amada. Esta inesperada decisión de Pedro sume a toda la familia en un auténtico carrusel emocional. La tristeza, el dolor, los celos, la pasión reprimida, el sentido del deber y las convenciones sociales determinarán sus vidas. Aquí reside el principal hilo argumental y conflicto latente de toda la película.

 Los protagonistas de Como agua para chocolate
Tita y Pedro

Parte de la riqueza de la novela,  reflejada también en el celuloide, radica en la recuperación de una cultura culinaria entroncada con las tradiciones, donde lo indígena aparece como referente indiscutible.  Sin duda, no hubo nunca mejor tarjeta de presentación para la gastronomía mejicana que esta bella cinta, repleta de referencias e ingredientes autóctonos. Laura Esquivel escribe un cuento maravilloso en el que consigue trasladar los conflictos emocionales de la protagonista a la cocina y a los platos que en ella se elaboran.

Tita establece una profunda conexión entre sus propias emociones y los alimentos con los que toma contacto. Desde el inicio de la historia esto se hace evidente incluso en su propio nacimiento. Ya en el vientre materno lloraba cuando su madre picaba cebolla. Lo hacía con tal intensidad que el parto se precipitó. Nació lanzada a la vida entre un torrente de lágrimas. Cuando el agua de las lágrimas se secó, Nacha, la cocinera, recogió la sal contenida en ella usándola para cocinar. Desde estos primeros minutos de la película se introducen los elementos de realismo mágico que aparecen en la novela y que están directamente relacionados con la expresión reprimida de los sentimientos de Tita.

Con el paso de los años se convierte en una gran cocinera. Aprende todos los secretos de cocina de la mano de Nacha, que ejerce sobre ella un rol maternal en contraposición con la relación que mantiene con su propia madre. Esta es una mujer castrante que no permite la expresión de los afectos y mucho menos signos de pena o tristeza.

Cada una de las recetas que cocina Tita constituyen un hito en el desarrollo de la historia y de los propios personajes, trasladando parte de su propio sentir a todo aquel que prueba sus platos. Es lo que sucede en la elaboración del pastel para la boda entre Pedro y Rosaura. En esta situación no puede reprimir las lágrimas de tristeza que acaban precipitándose sobre la masa que prepara. Cuando en pleno banquete los comensales prueban la tarta sucede lo que la película describe como una «intoxicación melancólica». La pena de Tita se transfiere a los convidados. Entre llantos y lamentos por los amores perdidos se produce una vomitona colectiva que acaba arruinando la boda.

Otro de los grandes momentos que se recuerdan de la película refleja justamente la situación contraria. La ocasión en la que Tita prepara codornices con pétalos de rosas. Justo un año después de la boda, Pedro le regala un ramo de rosas para celebrar que ya llevaba un año de cocinera en el rancho. En contra del mandato de su madre, en vez de tirarlas, decide elaborar esta inspiradora receta. En un instante en que estrecha junto a su pecho el ramo, se pincha con las espinas  y su propia sangre se mezcla con los pétalos. Así, sin darse cuenta,  su encendido amor por Pedro y toda esa pasión reprimida se acaban depositando en el  plato resultante. Los comensales no quedan inmunes a la explosión de sensualidad y goce que experimentan en cada bocado.

Entre los platos que señalan un punto de inflexión en la historia, encontramos el mole poblano durante la celebración del bautismo de su sobrino.

Uno de lo momentos más alegres del filme lo vemos cuando Tita prepara la rosca o roscón de reyes. Se reencuentra  con su  otra hermana Gertrudis, que había huido y  se había unido al ejército revolucionario. También durante la visita de Gertrudis y su troupe revolucionaria se elaboran unas deliciosas torrijas de nata.

Estos chiles en nogada cierran la sucesión de recetas con las que Tita nos deleita y cuyo secreto es siempre «hacerlas con mucho amor».

La película  se estrenó en el año 1992. Recibió destacadas nominaciones y  premios en festivales internacionales, entre ellos a mejor actriz y mejor película. Fue al mismo tiempo éxito de crítica y público. Supuso todo un revulsivo para el cine mejicano que en ese momento no era capaz de ofrecer propuestas interesantes y que había perdido su presencia a nivel internacional. Su otrora fortaleza creativa y sus claros componentes idiosincráticos habían dejado huella en la historia de la cinematografía mundial. «Como agua para chocolate» volvió a poner el foco en las posibilidades de resurrección de un cine que demostraba, con esta película, que aún tenía mucho que aportar.

Entre sus muchos aciertos, no solo a nivel interpretativo, debemos señalar el plantel técnico del que se rodea Arau. Destacamos especialmente a los directores de fotografía Emmanuel Lubezki y Steven Bernstein, cuyas carreras profesionales son muy reconocidas. Juntos realizan un trabajo excepcional. El tratamiento lumínico en los espacios de interior como la cocina, con profusión de claroscuros, transmite exactamente la intimidad necesaria para adentrarnos en el mundo personal de Tita. La atmósfera visual conseguida, combinada con los primeros planos de cacerolas, morteros y el resto del menaje culinario, nos conmina a sentir el calor y el aroma de los fogones. El espectador se adentra por completo en este espacio sensorial casi tangible, convirtiéndose en cómplice y confidente de los desvelos de la protagonista.

Podríamos seguir hablando más de la película puesto que nos dejamos atrás muchos elementos mágicos y excepcionales de esta historia. Esperamos que lo que os hemos contado sea suficiente para que os animéis a verla y descubráis por vosotros mismos todos los secretos de la cocina de Tita.

Para quienes nos leímos el libro y además vimos la película podemos decir que es un goce en el que se suman cine, literatura y por supuesto cocina. Y para todo ello,  como bien nos enseña la protagonista, habría que añadir que  «el secreto es hacerlo con mucho amor» y «es que el amor no se piensa, se siente o no se siente.»

 

 

 

 

 

 

Un toque de canela: Prueba este exquisito plato de la cinematografía griega.

Un toque de canela,  título así traducido en España, es una de esas películas donde lo gastronómico se hace protagonista prácticamente en cada momento del metraje.  Su título original es “Politiki Kouzina”, algo así como “la cocina de la ciudad”, entendiendo la ciudad como la ciudad de Constantinopla, más conocida actualmente como Estambul. Claramente no hace referencia sólo al aspecto culinario, sino a otras cuestiones que se van “cocinando” mientras  que vemos pasar la vida del protagonista. Su título es  también traducido como  “La sal de la vida” o  “A touch of spice” en el mercado anglosajón.

Póster de la película un toque de canela
Un toque de canela

La historia que se nos cuenta es la de Fanis, un astrónomo de cierto prestigio y posición que vive en Grecia pero cuyo origen y raíces están en Constantinopla.  Por medio de una serie de flashbacks vamos viendo su propia historia y la de su familia. Estos flashbacks aparecen divididos en distintos capítulos denominados  “Aperitivos” “Primer plato” y “Postres”. Cada uno de ellos refleja una etapa de la vida de Fanis, la infancia, la adolescencia y la vida adulta, lo que se conoce en el mundo de las artes como la representación de las tres edades del hombre. A partir de aquí lo que os siga contando puede contener spoiler, aunque no revelo más que líneas generales del argumento.

La infancia del Fanis niño está marcada por la vida en Constantinopla y especialmente por su relación con su abuelo Vassilis, propietario de una tienda de especias. Allí, y bajo su magisterio, Fanis aprenderá a entender el mundo que le rodea  con bellas alegorías culinarias, casi pequeños cuentos donde los sabores y aromas sirven para traducir el mundo de los adultos a nuestro protagonista. Entre las paredes de la tienda también conocerá a su primer amor, Saime,  y este vínculo que se establece entre su abuelo, “la cocina de la ciudad” y  Saime le acompañará durante toda su vida.

Esta vida transcurre gratamente en familia, siendo testigo de las reuniones familiares, auténticos festines en los que podemos ver la elaboración de recetas y la importancia  del saber culinario en las relaciones familiares. Se refleja muy bien la estructura tradicional de la familia donde las mujeres tienen un rol muy establecido de cuidado del hogar. Tanto es así que deben conocer los secretos de la cocina para poder ser buenas candidatas casaderas.

Del mismo modo que Fanis observa curioso y aprende de todos esos secretos al calor de los fogones, también participa de los momentos en los que los hombres de la familia conversan de cuestiones sociales y políticas.

Escena de la familia reunida en la cocina
Aprendiendo los secretos de la cocina familiar.

Una de las temáticas de fondo que podemos ver es la historia de los griegos afincados en Turquía y la continuada escalada de tensión entre el gobierno turco y el griego. La población griega en suelo turco fue reduciéndose a lo largo del siglo XX con expulsiones y presiones de tipo económico.

Constantinopla fue el último reducto consentido de presencia griega en el país hasta que finalmente todos fueron deportados. Este es precisamente el acontecimiento que marca la vida de toda la familia puesto que Fanis se ve obligado a separarse de su abuelo y de su mejor amiga (ambos turcos).

Todas las familias griegas deben abandonar la ciudad y la mayoría se traslada a la Grecia continental. Allí inician otra vida en la que el desarraigo se hace evidente, no son recibidos como griegos con igualdad de trato sino que pesa sobre ellos su procedencia turca, que les hace sospechosos de no ser lo suficientemente griegos. Constantemente se les recuerda que deben adaptarse a las costumbres, a la gastronomía, incluso a la lengua oficial del país, puesto que ellos expresan su propia variante en el habla.

En esta realidad impuesta, nuestro protagonista  no se adapta a una nueva identidad que es incapaz de asumir. La separación forzada de sus  más arraigados afectos, su abuelo y Saime, le mantienen en una profunda introspección y tristeza. Se aferra a las enseñanzas culinarias y vitales de su abuelo y añora la compañía de su pequeño amor, compañera y cómplice imaginaria de sus propias recetas que cocina una y otra vez.

El tío Vassilis despachando en la tienda familiar
El tío Vassilis

Y así lo vemos crecer a él y al resto de la familia lidiando con la nostalgia del hogar perdido, extrañando la belleza sin igual de la ciudad de todas la ciudades: Constantinopla.

Un toque de canela recuerda en su tono y estructura  a Cinema Paradiso en la cual  el protagonista, de mediana edad, también rememora los momentos que marcaron su infancia y por lo tanto, también su vida de adulto.  Se establece del mismo modo esa relación pupilo-mentor, aunque en el caso de la película italiana no existiera parentesco entre los personajes.

En cierto modo está dentro de ese cine de corte amable, familiar, en el que a menudo a raíz de un hecho dramático se narra de forma entrañable los hechos más importantes de la vida del protagonista. Todo ello aderezado, y nunca mejor dicho en este caso,  con la dosis adecuada de humor, llamémosle costumbrista, aquel que surge de la cotidianidad, en el que todos somos capaces de reconocernos.

En este tipo de argumento se corre el riesgo de caer en la sensiblería, manipulando las emociones del espectador de tal modo que a poco que tengamos un mínimo de sentido crítico nos podemos sentir  estafados. En Un toque de canela podría decirse que hay un equilibrio medido para que esto no pase. Las interpretaciones son convincentes,  introduciéndose personajes pintorescos como el de la tía, con su parkinson de viene y va o el  tío, capitán de barco.

El trabajo con la fotografía  nos sitúa también en las distintas etapas de la vida de Fanis y los colores y texturas cambian desde Constantinopla hasta Grecia, al igual que los platos que van cocinando. Destacadísima también la música, de la compositora Evanthia Reboutsika , que subraya de manera elegante y sensible los momentos más importantes del film.

Podríamos ver a la ciudad de Constantinopla como un personaje más de la película, que siempre está presente en múltiples referencias, a través de las conversaciones de los protagonistas, su cocina autóctona y mestiza, sus panorámicas, y ante todo el dolor patente por su pérdida irreparable, la nostalgia de una vida soñada, truncada y arrebatada que pudo ser pero que injustamente se quedó en un sueño imposible.

En resumen podemos decir que acaba siendo una reflexión vital y personalísima del protagonista, de lo que pudo ser y no fue, en la que cada espectador puede reconocer su propias pérdidas y renuncias, revisitar su infancia y añorar su propia “Politiki Kouzina

Para terminar con un dato curioso haremos referencia precisamente a la traducción del título en España “Un toque de canela”. Es así debido al protagonismo de una  de las recetas que vemos y que se repite en el film. Se trata de albóndigas de carne. Uno de los secretos culinarios desvelados durante el metraje es aquel que asegura que debe añadirse un poco de canela a la masa de las albóndigas porque “la canela hace que la gente se mire a los ojos”. Es realmente muy interesante comprobar que aunque ese gesto pueda parecer una excentricidad, lo cierto es que descubrimos que no es exclusivo de la cocina griega o turca.

fotograma de albóndigas con canela
Delicias de albóndigas

En el libro “Manual clásico de cocina. El recetario de 1950 con la cocina de siempre”, de Ana María Herrera vemos exactamente la misma recomendación. En la única receta de albóndigas y entre sus ingredientes ahí está la canela. Es muy curioso porque este libro tiene su primera edición en España en 1950 y  refleja una tradición culinaria que hoy casi 70 años después quizás hayamos perdido un poco. Estamos viendo una receta a varios miles de kilómetros que es exactamente igual que la nuestra. Entonces, viene esta espléndida película para recordarnos que compartimos una herencia gastronómica común que quizás estemos olvidando y que hay que ir redescubriendo porque, efectivamente, “la canela hace que la gente se mire a los ojos”

Portada del libro Manual Clásico de Cocina

Para disfrutar de todos los matices de la película os recomiendo la versión original  Politiki Kouzina  (Un toque de canela)