Relato a la canela

caja de madera con canela en rama

Vera terminó de cocinar. El pato le había quedado suntuoso, espectacular, estaba satisfecha, todo perfecto, como le gustaba que salieran las cosas. Listo para cuando llegara Amanda. ¡Sorpresa! había terminado antes el reparto y decidió celebrarlo cocinando algo especial. Sobre la encimera quedó una rama de canela, la última que no quiso añadir al plato.

Toda la cocina estaba impregnada de ese aroma, le abría el apetito. Cerraba los ojos e inspiraba, quería aprisionar ese olor, atraparlo en su interior para volver a él una y otra vez. Esa calidez le provocaba nostalgia. Qué podía hacer, no veía otra alternativa que seguir cocinando canela. Era la última rama. La cogió, se la llevó  al labio inferior, exploró su sabor con la punta de la lengua. Miró la cajonera, extrajo una gran olla, la llenó de agua y la dejó caer. Lentamente el agua fue cambiando de color. Se asomaba por encima de la olla vaporizando toda su piel. Quería más, un poquito más.

Dejó que el agua se templara un poco. Extrajo la rama de canela, mojada pero casi intacta, algo agrietada quizás,  la sujetó entre sus dientes. Cogió la olla y se fue al baño, junto al dormitorio. Dejó la canela cerca, donde pudiera verla, aflojó el pantalón que llevaba puesto, lo dejó caer poco a poco, y luego las bragas. Se agachó y sumergió su sexo en el agua aún tibia, entornó los ojos buscando ese lugar que apenas podía ver.

Mojó su dedo índice en el líquido y lo lamió. Se fue incorporando poco a poco sintiendo gotas y gotas de agua de canela deslizándose entre sus piernas. Alcanzó una pequeña toalla y acarició su piel secando con ella su creciente humedad . Se deshizo de los pantalones y las bragas, cogió la rama de canela en su mano y  en tres pequeños saltos llegó a la puerta del dormitorio. Estaba entornada. Con un movimiento de su cadera la abrió y en otros tres pequeños saltos se tumbó sobre la cama, de espaldas, con las rodillas flexionadas, las piernas levemente abiertas.

Fue a probar el sabor de su piel, su piel entre las piernas. Dos dedos de su mano, lo más ágiles, bajaron directamente, despacito recorrieron los labios mayores, su tímido clítoris asomó su cabeza con curiosidad infantil. Amanda sintió que se inflamaba, pero antes tenía que olerse. Rápidamente llevó sus dedos a la nariz y el aroma a canela la embriagó de nuevo. Más canela, quiero más, pensó.

Escuchó la llave de la cerradura girando, la puerta de la casa abriéndose.  Amanda había vuelto, así que el almuerzo tendría que esperar.

─Estoy en el dormitorio.

Amanda entró y Vera torneó su cuerpo en dirección a la puerta de la habitación.

─He cocinado con tu especia favorita.

Le señaló la rama de canela que ahora ya no sujetaba con su mano, sino entre sus labios mayores, sobre su  ya abultado clítoris. Vera, pícara,  le guiño un ojo y ladeó el cuello, invitando a Amanda a entrar en la cama. Amanda dejó caer el bolso, las llaves, se levantó el vestido y lo lanzó en un solo gesto. Cogió la canela de entre las piernas de Vera y repasó con su lengua toda la rama sin dejar de mirarla y sin ocultar su creciente deseo. Luego, se sumergió en el camino aromatizado que la canela había marcado en la piel de su amante. El pato comenzó a enfriarse en la cocina.

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