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Imagen del señor Chu y sus hijas cenando.

Comer, beber, amar

Estás ahí sentado o sentada en la butaca del cine y empieza la película. Tiene un título sugerente, «Comer, beber, amar» y  al menos promete ser una experiencia exótica. Es cine en versión original subtitulada. Entonces se apagan las luces de la sala y comienza el festín. En sus primeros cinco minutos te has quedado con la boca abierta, salivando y con unas ganas locas de aprender auténtica cocina china. Si alguien tiene la oportunidad de verla proyectada en pantalla grande que no se la pierda. El impacto de las imágenes culinarias es total.

Estamos en el Taiwan de los años 90. Nos colamos en la vida del señor Chu, un cocinero viudo con el que aún viven sus tres hijas. Cada uno de los personajes se encuentra en un momento vital clave. Se adivinan cambios que afectarán a toda la familia. A pesar de que las hijas conviven con su padre, lo cierto es que lo hacen de forma bastante independiente. Están centradas en sus estudios y trabajos, reservando sus expectativas, preocupaciones y miedos para sí mismas. 

En la primera parte de «Comer, beber, amar» se caracterizan los personajes. Se describen las relaciones entre los distintos miembros de la familia y amigos cercanos.  Podemos adivinar los conflictos derivados del choque intergeneracional. Nos encontramos ante el difícil equilibrio entre la tradición, marcada por la figura del padre,  y  la modernidad, reflejada en el estilo de vida de las hijas.

La unión familiar se materializa en la cena de los domingos. Como si de un ritual se tratase, se sientan alrededor de la mesa repleta de comida. Es un festín en toda regla que se repite semana tras semana. Todo lo que allí se sirve responde a una tradición culinaria que liga a las hijas con su padre y a este con las generaciones precedentes. Fuera de la casa familiar esta tradición va perdiendo peso frente a nuevas rutinas y una clara occidentalización. La hija pequeña, Ning, trabaja en un local de comida rápida. Muchas cosas están empezando a cambiar en la sociedad taiwanesa, desde los hábitos de consumo hasta las relaciones laborales y personales. La cocina se convierte en el lenguaje a través del que se expresan los afectos familiares.

Imagen de la hija menor trabajando en un local de comida rápida.

En este momento de reunión semanal se concentra toda la angustia dramática del día a día. Es el instante en el que cada personaje asume y confronta su realidad ante la imposibilidad de seguir ocultando lo que le pasa. Y tenemos que pasa de todo: una inversión inmobiliaria que sale mal, una muerte inesperada, embarazos fortuitos, bodas «imposibles» por inimaginables…

Se introducen momentos humorísticos y tiernos que el director utiliza para rebajar la tensión de la historia.  Nos alivia ese punto trágico que no es ajeno a ninguno de nosotros, a ninguna de nuestras vidas. Este humor sirve de contrapeso al  carácter chino, más bien reservado, con dificultad para expresar los sentimientos. Esta  contención de las emociones tiene su punto álgido en la mesa. Atropelladamente salen a la luz las decisiones más importantes, los secretos mejor guardados.

Estos episodios de comicidad de los que hablamos se reflejan con un punto de ternura que identifica totalmente la película y también, por qué no decirlo, el amor con el que el director trata a sus personajes. Tenemos situaciones únicas como cuando el señor Chu hace la colada y se enfrenta a la embarullada ropa interior de sus hijas. Luego tendrá la difícil tarea de averiguar a quién corresponde cada prenda. Una simple acción cotidiana se convierte en posterior motivo de equívoco.

El Sr. Chu recogiendo ropa de la lavadora

Dada la importancia de la comida en «Comer, beber, amar», todo un equipo de profesionales se dedicó a cocinar durante horas para tener los platos listos en el rodaje. Posiblemente estamos ante la mejor representación de gastronomía tradicional china que hayamos visto en el cine. Se reflejan variadas técnicas en las que vemos woks, vaporeras de bambú, ollas de todos los tipos y tamaños, preparaciones de verduras, sopas, pescados y carnes. La presentación en la mesa de todos estos platos con vajillas y elementos propios de la cultura china es puro arte. Nos deja casi tan maravillados como la colección de cuchillos que manejan en la casa familiar.

Colección de cuchillos en la cocina del señor Chu

Uno de los grandes valores de la película reside en el trabajo de su director Ang Lee. La dirección de los actores, especialmente de las actrices, resulta todo un reto. Deben  transmitir los conflictos internos de cada uno de los personajes. Saber hacerlo sin caer en el exceso, la caricatura, los tópicos o la simplificación es todo un alarde de inteligencia y sensibilidad. Una de las mayores virtudes de Ang Lee como director es utilizar el lenguaje cinematográfico para tal fin. Además lo lleva a cabo de manera que llega al espectador, cualquiera que sea su procedencia. Salta las barreras culturales y no importa si el público es chino, mejicano o senegalés. Al final te emocionas igual.

A lo largo del metraje somos testigos del anhelo de los protagonistas por compartir, comunicarse y sus tremendas dificultades para conseguirlo. Observamos el respeto y la preocupación por el padre a pesar de las diferencias generacionales y la disparidad de caracteres.

El choque temperamental es más evidente con Chien, la hija mediana. Paradójicamente es la que, por su forma de ser, se parece más al viejo cocinero. De hecho es la única que podría haber seguido sus pasos profesionales. Hay muchos silencios entre padre e hija, como nos ocurre también a nosotros. Momentos en los que te gustaría decir cuánto quieres, admiras o te preocupas por tu familia, un padre, una madre, abuelo o abuela. Y resulta que no puedes. Resulta que como a Chien se te hace un nudo en la garganta, algo que impide que salgan las palabras. Acaban ahogadas dentro de tu cabeza, con la esperanza de que en otro momento seas capaz de pronunciarlas.

La relación entre Chien y su padre resulta representativa de la dinámica familiar respecto a lo poco que se dice y lo mucho que se calla. Condensa todo ese freno emocional reflejado en  el filme. Por ello el director elige estos personajes para cerrar la historia. Nos regala uno de los finales que nos parecen más tiernos, sutiles y bellos de la historia del cine.

Como no podía ser de otra manera «Comer, beber, amar» estuvo nominada a numerosos premios, tanto en los Óscar, Bafta, Globos de Oro, la National Board of Review  y también en los Independent Spirit Awards. La mayoría de las nominaciones son en la categoría de mejor película. Para que la podáis disfrutar aquí  la tenéis en versión original subtitulada. ¡Buen provecho!