Mes: enero 2018

Imagen de Tita y Pedro, protagonistas de "Como agua para chocolate"

Como agua para chocolate

Si hay una película que materializa la unión entre cocina y cine esa es, sin duda, «Como agua para chocolate». Alfonso Arau traslada a la pantalla esta exitosa novela con la ayuda de la autora del libro. Laura Esquivel se encarga también de firmar el guión. Así se dota a esta adaptación de una rigurosidad literaria que no defrauda a ningún fan de la obra.

La historia nos sitúa en Méjico a finales del siglo XIX. Era una época convulsa en la que se estaba gestando la revolución encabezada por Emiliano Zapata. Esta revolución proponía un restablecimiento de la justicia social y el reparto de la tierra, inspirándose en su pasado indígena y reintegrándolo como seña identitaria.

Una década antes de estos decisivos sucesos se nos presenta a los personajes de esta historia. Tita, la protagonista, nace en el rancho familiar como la menor de tres hermanas. Su vida queda marcada por una absurda tradición familiar. Según su madre, ella no puede casarse ni tener hijos. Por ser la menor de sus hijas debe quedarse soltera para cuidarla hasta el día en que fallezca.

Pedro, que la conoce desde pequeña, le declara su amor y acude a la casa familiar con una propuesta de matrimonio. Su madre se niega. Sin embargo, decide aceptar a Rosaura como esposa, la segunda de las hermanas. Su verdadera intención es poder estar cerca de su amada. Esta inesperada decisión de Pedro sume a toda la familia en un auténtico carrusel emocional. La tristeza, el dolor, los celos, la pasión reprimida, el sentido del deber y las convenciones sociales determinarán sus vidas. Aquí reside el principal hilo argumental y conflicto latente de toda la película.

 Los protagonistas de Como agua para chocolate
Tita y Pedro

Parte de la riqueza de la novela,  reflejada también en el celuloide, radica en la recuperación de una cultura culinaria entroncada con las tradiciones, donde lo indígena aparece como referente indiscutible.  Sin duda, no hubo nunca mejor tarjeta de presentación para la gastronomía mejicana que esta bella cinta, repleta de referencias e ingredientes autóctonos. Laura Esquivel escribe un cuento maravilloso en el que consigue trasladar los conflictos emocionales de la protagonista a la cocina y a los platos que en ella se elaboran.

Tita establece una profunda conexión entre sus propias emociones y los alimentos con los que toma contacto. Desde el inicio de la historia esto se hace evidente incluso en su propio nacimiento. Ya en el vientre materno lloraba cuando su madre picaba cebolla. Lo hacía con tal intensidad que el parto se precipitó. Nació lanzada a la vida entre un torrente de lágrimas. Cuando el agua de las lágrimas se secó, Nacha, la cocinera, recogió la sal contenida en ella usándola para cocinar. Desde estos primeros minutos de la película se introducen los elementos de realismo mágico que aparecen en la novela y que están directamente relacionados con la expresión reprimida de los sentimientos de Tita.

Con el paso de los años se convierte en una gran cocinera. Aprende todos los secretos de cocina de la mano de Nacha, que ejerce sobre ella un rol maternal en contraposición con la relación que mantiene con su propia madre. Esta es una mujer castrante que no permite la expresión de los afectos y mucho menos signos de pena o tristeza.

Cada una de las recetas que cocina Tita constituyen un hito en el desarrollo de la historia y de los propios personajes, trasladando parte de su propio sentir a todo aquel que prueba sus platos. Es lo que sucede en la elaboración del pastel para la boda entre Pedro y Rosaura. En esta situación no puede reprimir las lágrimas de tristeza que acaban precipitándose sobre la masa que prepara. Cuando en pleno banquete los comensales prueban la tarta sucede lo que la película describe como una «intoxicación melancólica». La pena de Tita se transfiere a los convidados. Entre llantos y lamentos por los amores perdidos se produce una vomitona colectiva que acaba arruinando la boda.

Otro de los grandes momentos que se recuerdan de la película refleja justamente la situación contraria. La ocasión en la que Tita prepara codornices con pétalos de rosas. Justo un año después de la boda, Pedro le regala un ramo de rosas para celebrar que ya llevaba un año de cocinera en el rancho. En contra del mandato de su madre, en vez de tirarlas, decide elaborar esta inspiradora receta. En un instante en que estrecha junto a su pecho el ramo, se pincha con las espinas  y su propia sangre se mezcla con los pétalos. Así, sin darse cuenta,  su encendido amor por Pedro y toda esa pasión reprimida se acaban depositando en el  plato resultante. Los comensales no quedan inmunes a la explosión de sensualidad y goce que experimentan en cada bocado.

Entre los platos que señalan un punto de inflexión en la historia, encontramos el mole poblano durante la celebración del bautismo de su sobrino.

Uno de lo momentos más alegres del filme lo vemos cuando Tita prepara la rosca o roscón de reyes. Se reencuentra  con su  otra hermana Gertrudis, que había huido y  se había unido al ejército revolucionario. También durante la visita de Gertrudis y su troupe revolucionaria se elaboran unas deliciosas torrijas de nata.

Estos chiles en nogada cierran la sucesión de recetas con las que Tita nos deleita y cuyo secreto es siempre «hacerlas con mucho amor».

La película  se estrenó en el año 1992. Recibió destacadas nominaciones y  premios en festivales internacionales, entre ellos a mejor actriz y mejor película. Fue al mismo tiempo éxito de crítica y público. Supuso todo un revulsivo para el cine mejicano que en ese momento no era capaz de ofrecer propuestas interesantes y que había perdido su presencia a nivel internacional. Su otrora fortaleza creativa y sus claros componentes idiosincráticos habían dejado huella en la historia de la cinematografía mundial. «Como agua para chocolate» volvió a poner el foco en las posibilidades de resurrección de un cine que demostraba, con esta película, que aún tenía mucho que aportar.

Entre sus muchos aciertos, no solo a nivel interpretativo, debemos señalar el plantel técnico del que se rodea Arau. Destacamos especialmente a los directores de fotografía Emmanuel Lubezki y Steven Bernstein, cuyas carreras profesionales son muy reconocidas. Juntos realizan un trabajo excepcional. El tratamiento lumínico en los espacios de interior como la cocina, con profusión de claroscuros, transmite exactamente la intimidad necesaria para adentrarnos en el mundo personal de Tita. La atmósfera visual conseguida, combinada con los primeros planos de cacerolas, morteros y el resto del menaje culinario, nos conmina a sentir el calor y el aroma de los fogones. El espectador se adentra por completo en este espacio sensorial casi tangible, convirtiéndose en cómplice y confidente de los desvelos de la protagonista.

Podríamos seguir hablando más de la película puesto que nos dejamos atrás muchos elementos mágicos y excepcionales de esta historia. Esperamos que lo que os hemos contado sea suficiente para que os animéis a verla y descubráis por vosotros mismos todos los secretos de la cocina de Tita.

Para quienes nos leímos el libro y además vimos la película podemos decir que es un goce en el que se suman cine, literatura y por supuesto cocina. Y para todo ello,  como bien nos enseña la protagonista, habría que añadir que  «el secreto es hacerlo con mucho amor» y «es que el amor no se piensa, se siente o no se siente.»

 

 

 

 

 

 

Pies desnudos

Pies descalzos

─¿Has terminado ya en la cocina? ─preguntó Alba.

─Sí, ¿por qué?

─No, por nada, como te veo ahí tumbado en el sofá mirando las musarañas.

─¿Eso no será envidia porque tienes que irte a trabajar en un rato no? ─contestó Marcos con cierta sorna.

─No, es porque voy a ver que has hecho que huele a palomitas.

─No son palomitas, es  sal de sésamo.

─¿Sal de qué? ¿Experimentando otra vez? Te voy a dar yo experimentos.

Alba entró en la cocina, vio un cuenco con algo parecido a la sal pero de color parduzco. Tomó una pizquita y la probó. Estaba sabrosa. Cogió el cuenco y se lo llevó al salón. Empezó a caminar lentamente alrededor del sofá.

─¿Qué haces con el cuenco, me estás rondando o qué? ─le dijo Marcos guiñando un ojo.

Ella se sentó a sus pies, que desnudos, sobresalían por debajo de los pantalones. Marcos ya sospechaba lo que se avecinaba. Conocía esa mirada traviesa a la perfección.

─Te estoy viendo venir, que lo sepas.

Pues entonces cierra los ojos-le sugirió Alba.

Obediente, los cerró, dejando escapar al mismo tiempo una sonrisa de satisfacción.

Sostuvo un pie y empezó a masajear su planta con el dedo gordo, de arriba a abajo, desde el talón hasta los dedos. Lo hizo tan suave que Marcos retiró el pie instintivamente acompañado de una risita nerviosa.

─¡Qué me haces cosquillas!

─Tranquilo, no son solo cosquillas lo que vas a sentir.

Agarró con firmeza el pie y le advirtió ─no te muevas y cierra los ojos.

Los pies. De pequeña tenía una vecina que vivía dos pisos más abajo. Nunca se separaban y pasaban todas las tardes juntas, muchas veces en casa. Un verano jugaron a chuparse los pies. Fue más bien uno de esos retos que al principio parecen repugnantes pero que entre cosquillas, bocados, soplidos, bromas y risas lo recordaba como uno de los momentos más placenteros de su infancia.

No solía confesar a nadie que era de las primeras cosas en las que se fijaba en un hombre.. En verano era bien fácil mirar con disimulo o fingir rascarse una pierna para echar un vistazo. Llegaba a descartarlos solo por el aspecto de sus pies. No le importaba si eran grandes o pequeños, anchos o delgados, de dedos alargados o regordetes, con más o menos vello. Eso sí, era imperdonable que estuvieran mal cuidados, con uñas excesivamente largas, amarillentas o incluso con cierto grado de roña. Podía intuir la roña antes de que apareciera. Esos talones resecos y duros le repelían sin poderlo evitar.

A menudo encontraba que sus parejas, incluso las de una sola noche, se sobresaltaban si mostraba demasiado interés en tocarlos. Esa fijación se veía algo más propio del género masculino o al menos eso es lo que siempre se consideraba, todo un cliché que le hacía parecer rara. Se planteó si tal vez era una de esas personas fetichistas de los pies que sentían especial morbo por ellos. Lo descartó en cuanto comprendió que su apetencia tenía más que ver con el recuerdo de aquel juego de la infancia en principio inocente.

Se dio cuenta de que unos pies masculinos bien cuidados eran también reflejo del cuidado en otras partes de la vida. Sí, lo reconocía , ella era una auténtica maniática del orden y la limpieza y aquello era un especie de test infalible. Pies bien cuidados era garantía de éxito. Compatibilidad asegurada, al menos para una relación algo más duradera.

Imagen en blanco y negro de un pie y su reflejo

Los de Marcos eran pequeños, más anchos que largos y sus dedos perfectamente ordenados por tamaño, ninguno sobresalía en altura. De nuevo cogió una pizca de sal de sésamo y aderezó el pie que sujetaba. Lo primero que hizo fue meterse el dedo gordo en la boca, rodeándolo con la lengua hasta mojarlo por completo. Luego recorrió la base de todos los dedos, ordenadamente, de mayor a menor,  relamiendo cada  partícula de sal. Se paró en el meñique, lo agarró de la punta y tiró con suavidad hacia arriba. Casi en el mismo movimiento deslizó su lengua hacia abajo en busca del dedo siguiente, que exploró de igual manera, sin prisa.

Justo ahí, bajó la mirada hacia la planta del pie y no se pudo resistir. Lanzó un lametazo por todo su arco  que sobresaltó a Marcos. Se quedó allí, justo en su centro, unos segundos más subiendo y bajando en círculos, mientras él estiraba los dedos como  buscando liberarse de un placer que lo tenía atrapado y que no sabía si podría soportar mucho más tiempo.

Ella sabía lo que se hacía , así que prefirió quedarse mudo, casi conteniendo la respiración, con el miedo a que cualquier gesto que pudiera hacer interrumpiera el momento. Ya había pasado el tiempo de las cosquillas iniciales y estaba excitado, tanto que ya no sentía su pie como un pie, sino como otro apéndice para el placer, erecto, igual que su polla, cada vez más dura.

Regresó a los pequeños apéndices. Esta vez escogió el segundo dedo, lo agarró con la boca hacia lo largo, en una sutil mordida. Decidió subir hacia el empeine atravesándolo con la punta de la lengua. Fue marcando con sus labios la zona cercana al tobillo que acabó mojando con su saliva. Volvió hacia los dedos. Jugó a encajar su lengua entre cada uno de ellos, primero rápido, siguiendo el orden de izquierda a derecha. Luego los sopló uno a uno, convirtiendo cada soplo en una caricia sin tacto. Volvió a penetrar con  su lengua entre dedo y dedo pero ya muy despacio. No quedaba rastro de sal de sésamo. La había devorado toda. Se sentía con la impotencia de no poder engullir de un solo bocado todo su cuerpo. Solo podía saborear los pedacitos expuestos a su boca.

En un impulso extendió sus manos por debajo de los pantalones, hacia sus pantorrillas, con tal  ansía que acabó clavándole las uñas. Notó la piel de Marcos totalmente erizada, palpitante. Se daba cuenta de que él no aguantaría mucho más tiempo sin moverse, sin arrebatarse, sin alborotar todo el sofá.

De repente Alba contuvo la respiración y paró en seco.

─Y el otro pie ¿no merece tus atenciones?

─¿Atenciones? El otro pie para cuando yo tengas las tuyas─guiñó─ ¡Voy a llegar tarde al trabajo!