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Plato azul con garbanzos formando un círculo.

Garbancito ¿dónde estás?

─Oh, venga, si sabes que los garbanzos no me gustan. ¿Cuántas veces te he contado que en casa me los pasaban para hacérmelos comer? En serio, ¿esa es tu idea de la comida perfecta para celebrar nuestro aniversario? No puedo creer que después de todo el día sin vernos, sea lo primero que me pones por delante cuando entro por casa. Víctor, de verdad, ¿y tu te quejas de que no tengo sentido del romanticismo? Si al menos hubieses cocinado mi plato favorito.

─Notición de primera plana. ¿Celebrar nuestro aniversario? Vaya, parece que ahora te importa lo que comamos hoy. Tu no eras el de ─»Celebrar los aniversarios es una tontería, todos los días deberían ser especiales…bla, bla, bla.»─ A lo mejor en el fondo sí que te gusta hacer el ñoño, como a todo el mundo. Igual habías imaginado una comida más espectacular.

─Ya quisieras tú, me da igual , pero no me digas que tanto empalago que pones con el tema de las celebraciones y que para hoy hayas cocinado garbanzos, tiene delito. Menuda noche más estimulante que nos espera, fuegos artificiales pero de los de salir corriendo. ¡Si es que no me gustan! Míralo, ni siquiera has guardado el paquete, ahí lo tienes, en la encimera como si fuera lo más atractivo del mundo. Ideal para terminar mi día. Hoy he tenido que llamar a la policía otra vez, han vuelto a ocupar mi plaza en el aparcamiento. Son unos desgraciados. Levantarme de esta silla y patearles el culo es de lo que me dan ganas.

Víctor miró el paquete  de garbanzos, cogió uno, colocó su dedo índice sobre los labios de Javi.

─Shhh ni pío.

Plato azul con garbanzos formando un círculo.

Puso la pequeña y redonda legumbre en la oreja derecha, cerca del lóbulo. La hizo rodar levemente hacia arriba y luego hacia abajo. Javi se estremeció al instante, sintió la tensión de toda su piel erizándose. Hizo el amago de decir algo, pero Víctor repitió. -«Shhh».

Del lóbulo de la oreja desplazó la «bolita» hacia los ojos, primero pasando por la sien, bordeándola hasta llegar a la frente. Luego la empujó hacia abajo, hacia la nariz, entrando en contacto con el lagrimal. Instintivamente Javi cerró sus ojos y Víctor aprovechó para sujetar  el garbanzo y hacerlo rozar con suavidad sobre las pestañas. Otra vez se le erizó la piel. Siguió su recorrido, ahora eran sus labios los que sentían un cosquilleo incipiente. Los contorneaba como si estuviera dibujándolos con un pincel. Su boca se entreabrió dejando escapar un suspiro que fue casi un susurro. Algo que quiso decir, un anhelo que no podía expresar, el nacimiento de un deseo: que no parara.

Víctor notó ese anhelo y siguió bajando hacia el cuello. En ese momento Javi le hizo un hueco entre sus piernas y se pudo arrodillar para estar a su misma altura. Le besó en la boca y aprovechando esa distracción le desabrochó los botones de la camisa. En un momento fueron conscientes del silencio que les rodeaba, inmersos el uno en el otro, sólo eran capaces de oír la respiración suave y entrecortada de Javi.

Ahora rodaba por la parte superior de su torso, podía sentirlo excitando el vello de su pecho, acompañado del roce de las yemas de los dedos de Víctor. Él había sido, después del accidente, el único convencido de que podría volver a sentir todo el placer sexual que creía haber perdido, toda la sensibilidad. Resultó ser el más fuerte de los dos. Esa cualidad le excitaba, era un desafío para Javi hacerse merecedor de esa fortaleza que transmitía en cada gesto cotidiano, la manera de transformar un mal momento o un mal día, convertirlo en algo sin importancia, insignificante, irrisorio. Allí estaba a punto de volverlo loco de deseo con un simple y anodino garbanzoNunca se agotaba su imaginación.

Una pequeña descarga de placer le sacó de ese pensamiento. Sin darse cuenta se encontraba con los pezones erectos, tiesos, duros, impacientes por saberse lamidos y húmedos. Cuanto más, más fuertes las descargas de placer, como látigos que azotaban cada recoveco de su ser, extendiéndose más allá de los límites sensoriales de su propio cuerpo.  No tardó en llegar esa lubricidad deseada. En la aureola izquierda, la presión de la punta de la lengua de Víctor comenzó a dibujar un círculo. Mientras, un garbanzo travieso jugaba a enloquecer al otro pezón. Rozaba su punta poniéndolo duro, se alejaba un instante, para retornar con otro gesto diferente. Ahora simplemente lo presionaba sobre la punta, convirtiéndose en dos bolitas disputándose el mismo territorio. Luego se alejaba de nuevo para regresar  marcándolo de lado a lado, de arriba a abajo. La misma tortura placentera ejercía la lengua sobre el otro, mojado por completo.

Tiempo atrás había sido toda una sorpresa experimentar el orgasmo de esa manera. No se sentía preparado después del accidente. Era una cuestión de tiempo y confianza que recuperara su vida sexual de siempre. Eso era, al menos, la cantinela que repetían los médicos una y otra vez. Había tenido suerte porque otras personas pierden esa parte de su vida tal y como la conocían. Sin embargo, el miedo a fallar le impedía sentirse cómodo con esa parte de su anatomía. A veces no quería mirarse, lo hacía de reojo, como si no pudiera afrontar que debajo de su entrepierna siempre habría una silla, su propia cárcel con ruedas.

Nunca le había prestado excesiva atención a otras zonas de su cuerpo. No es que no tuviera en cuenta los prolegómenos, pero seamos sinceros tenía una buena polla, hermosa y poderosa, que hasta el accidente, seguía conservando toda su potencia a pesar de que ya no era tan joven. Se le daba bien, era un buen amante. La soberbia de sus pasados años de su juventud  le había grabado a fuego esa certeza.

Tuvo que aprender a escuchar de nuevo su cuerpo y halló que sus pezones le hablaban, primero durante la noche, en sueños. Soñaba que su estímulo le proporcionaba placer. Luego empezó a jugar con ellos, distraídamente, mientras veía la televisión o se quedaba leyendo un rato después del desayuno, en esa mañanas de domingo en las que el mejor goce se traduce en no hacer nada. Este descubrimiento lo llevaba en secreto. Quería sorprender a Víctor con su nuevo hallazgo, dibujando juntos el nuevo mapa de los placeres de su cuerpo. Un mapa que se iba haciendo más grande a medida que dejaba atrás los peores recuerdos del atropello.

Era la primera vez que algo más, aparte de  labios, lengua, dedos o nariz, se convertía en instrumento de placer alrededor de sus pezones.  Víctor paró un instante al ver que Javi estaba a punto de correrse. Lo notó por la forma de agarrarse a la silla y en la torsión de su cuerpo, que anunciaba el espasmo definitivo.

Paró y deslizó sus manos hacia la parte baja de su vientre, acariciándolo y abriéndole el pantalón, liberando de las apreturas un falo vigoroso y enhiesto. Tuvo la tentación de metérselo de lleno en la boca. ¡Dios, cómo le gustaba el sabor de esa polla! No se cansaba nunca de chupetearla, degustarla, de recorrerla a placer como el más exquisito de los manjares.

Pero no, se contuvo, prefirió contemplarla mientras que empezaba a viajar por ella a lomos del garbancito. Desde la base del pubis lo llevaba con su lengua, despacito, hasta la punta, donde el glande hacía tiempo que asomaba reluciente. Allí en esa corona de suavidad infinita daba sutiles  lengüetadas de lado a lado. Retiró el garbanzo de su boca, la abrió por completo y se introdujo todo el falo ensalivándolo de puro  deleite. Víctor decidió parar ahí, retiró su boca, miró a Javi y le preguntó con cierta ironía.

─¿Qué? ¿Te apetece ya que comamos?